Saturday, May 20, 2006


No te mueras un martes (del libro el último café)

El martes es el día de los holgazanes, como me gusta decir a mí. Quizá en realidad, yo sea esa persona perezosa que ve los martes directamente como una pérdida de tiempo. Pero no hay nada que uno haya terminado un martes. Nunca se escucha la frase: “me pasé toda la noche para rendir”, un martes. Es porque el martes no suele ser un día de inspiración para nadie.
El lunes dicen que es alegre, que despeja las dudas de los economistas, que divisa un futuro alternativo a las masas, es odiado por los estudiantes, pero todo esto es mejor que un martes.
El resto de los días siempre tienen algo que decir. Un miércoles está a mitad de la semana, ¡a quién no le gusta el miércoles!, además es el día que viene después de ese tedioso martes. Jueves y viernes son como un mismo día. El sábado es para salir, divertirse, enamorarse. El domingo, es el santo descanso, la paz del laburante, el fin de una semana agitada.
Ese martes el cartero tocó suavemente el timbre como sólo el cartero lo sabe hacer. Me dio un sobre que podría cambiar todos mis pensamientos sobre el martes pero en realidad lo único que hizo fue revelarme una triste noticia.
Jimena era mi amiga solterona. Al principio éramos mejores amigos, confidentes, hasta que probamos ser amantes. Luego la amistad se fue diluyendo.
La relación se volvió telefónica, y después de unos cuantos años, sólo por carta. Nos contábamos cuanto detalle de la vida podríamos develar, pero siempre manteniendo una distancia que nos permitía ser crueles el uno con el otro.
La carta de Jimena no cambiaba mucho de los diálogos acostumbrados, frases poéticas por donde quiera, una clara frustración de novelista o poetisa marcada en cada línea que había escrito. Las hojas eran siete, así que asumí leer una por día. Como aquella hermosa historia que uno quiere mantener eterna.
Era de nuevo martes. Las palabras de Jimena aburrían a cada momento, ya las leía después del almuerzo, así me ayudaban con la siesta. Comí de forma atolondrada. Había llegado tarde y mis horarios se habían cambiado bruscamente, así que gané tiempo en la comida. Leí por fin la última hoja de la carta. No cambiaba de las cosas que contaba anteriormente, pero su firma parecía triste. Y más abajo escribió: “En una semana voy a matarme...”
La sangre se me heló, vomité en el instante mismo en que leí esa frase. No podía creer que una persona se suicidara un martes. Justo el peor día de la semana.
Llegué a la casa y golpeé enérgicamente la puerta de Jimena. Grité varias veces su nombre y, de una patada, derribé la puerta. Busqué en su habitación hasta llegar al baño. Ahí estaba, temblando, desnuda, a punto de cortarse las venas. Los dos nos quedamos congelados. Hacía mucho que no la veía. Me parecía muerta. Le grité desesperadamente: “No te mueras un martes”. Pero el momento era intocable. Sólo la brisa y algún ruido de motor interrumpía nuestras miradas sin pestañar. A Jimena le temblaba el labio. Le saqué el cuchillo y le volví a repetir que no se matara un martes. Ella me hizo caso. Al otro día la encontré muerta.

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